Con vuestra licencia Excmo. y Rvdmo. Sr. Obispo, hermano y amigo:
Permitidme que, en primer lugar, salude a las excelentísimas e ilustrísimas autoridades civiles y militares, al Sr. Alcalde-Presidente de la Corporación Municipal de la ciudad de Ferrol; al Sr. Vicepresidente de la Diputación Provincia de A Coruña, al Muy Ilustre. Sr. Cura-párroco de este bellísimo templo de San Julián que ha sido para mí, durante mis años de estudiante, lugar de oración y de encuentro con el Señor. A la Ilma. Sra. Presidenta de la Coordinadora de Cofradías.
En este año singular, en el que la Semana Santa Ferrolana ha sido declarada de Interés Turístico Internacional, me cumple el honor de ser pregonero de esta efeméride que acontece anualmente desde hace siglos. Cuando, a la vera del río Miño, que por Providencia es mi actual lugar de residencia, escuché la noticia de este reconocimiento que va más allá de nuestras fronteras, vuestra alegría ha sido la mía, pero sentí dolor, os lo confieso, cuándo al día siguiente pude leer algún comentario negativo con el que algunos manifestaban su disconformidad con la distinción concedida y aprovechaban la ocasión para lanzar invectivas contra los desfile procesionales. En un país que presume de estar abierto a todas las modas y opiniones, que se precia de su talante democrático, no se entienden esos signos de intolerancia que rayan en el fanatismo o en el insulto, porque, mis queridos amigos, antes de que nosotros existiésemos, ya se procesionaban las imágenes sacras por las calles de nuestra ciudad desde o muelle de Curuxeiras, no Ferrol Vello, hasta el barrio de Esteiro, en donde tiene su sede el santuario de las Angustias.
Piensan, algunos, que el cristianismo es pura cosmética cultural que, bajo sus apariencias ya no hay nada. Yerran quienes esto afirman. ¡Que bien ha sabido captar Mons. Sánchez Monge –vuestro obispo – la profunda realidad que se esconde tras los desfiles procesionales y todo lo que esto conlleva!, sus reflexiones magistrales, faro iluminador de la piedad popular, han quedado reflejadas en esa carta sobre “Las cofradías y hermandades penitenciales en el tercer milenio”, del año 2009. Con esta publicación se estudian y analizan los auténticos sentimientos que la Iglesia tiene sobre esta actividad del apostolado laical, situándola dentro del marco de la nueva evangelización en este tercer milenio del cristianismo.
La Semana Santa ferrolana es piedad, historia, cultura, arte y por qué no, también turismo – que supone desarrollo y progreso para un pueblo que está sufriendo en los últimos años graves vicisitudes – ¿acaso se oponen o contradicen estas realidades? Estimo que todo lo contrario, porque todo aquello que afecta a lo más humano del hombre, interesa a la Iglesia porque ella, mejor que nadie, ha sabido descubrir que su camino es el camino del hombre. El auténtico camino de la evangelización nueva pasa por el ser humano que se exterioriza, tantas veces, a través de estos signos de piedad y devoción.
Arranquémosle al ser humano sus manifestaciones religiosas, tal como pretendieron hacerlo algunas poderosas ideologías decimonónicas, que sembraron tanto dolor en el pasado siglo XX y nos daremos cuenta que lo reduciremos a su propia finitud y contingencia condenándolo a vagar sin sentido por los caminos de este mundo. Las expresiones religiosas, como lo son las procesiones de Semana Santa, son manifestaciones vivas del sentimiento religioso más profundo del hombre que, a pesar de las modas laicistas excluyentes, o del secularismo libertario siguen emergiendo en nuestra sociedad, y lo hacen como una exigencia radical que brota de lo más íntimo del ser humano porque la religión no es algo epidérmico o accidental, sino que es esa realidad profunda que está enraizada en el ser del hombre.
Todos nosotros, en cuanto que seres humanos, que poseemos una racionalidad determinante, somos religiosos, porque el hombre y la mujer de hoy y de siempre, no es que tenga religión, sino que es un ser religioso. Es precisamente en este hecho radical en donde se funda el sentido último de todas estas manifestaciones populares. Aquellos que tanto hablan de libertades, si pudieran prohibir las procesiones y cualquier otra manifestación externa de los sentimientos religiosos ¡seguro que lo harían en aras de su libertad! violentando gravemente los sentimientos más profundos del ser humano y sin querer queriendo, terminarían atentando contra la misma libertad en cuyo nombre dicen y quieren actuar.
Si queréis ejemplos hay muchos, solo quisiera mencionaros la ingente labor de evangelización del continente americano, de extensos territorios en África, de la labor excepcional de nuestro paisano Fray Rosendo Salvado en Australia. Y si me preguntáis por otras realidades más recientes os mencionaría esas ciudades santuarios que nacieron casi de la nada: Lourdes, Fátima, etc. Sin la presencia del hecho religioso hoy no existirían.
“La belleza nos salvará” afirmó con fuerza el gran Dostoievsky. Solo esa belleza redentora del Crucificado-Resucitado nos puede redimir de nuestras mediocridades. Necesitamos recuperar, también en y por nuestras calles, el sentido auténtico de la belleza. Las procesiones de Semana Santa no son manifestaciones prepotentes de lo católico, sino que son una auténtica necesidad del ser religioso de muchos ciudadanos y también quieren ser una llamada interior para que aquellos, que contemplan sus pasos, puedan recorrer ese camino que les ayuda a encontrarse con ellos mismos y con Dios, belleza infinita, que por un designio de su benevolencia se escondió en las realidades bellas de la naturaleza, sobre todo en el rostro del ser humano, convirtiéndose así en modelo inspirador de las sagradas imágenes. Porque la belleza no es un fin en sí misma, es necesario armonizar la belleza con la bondad, de ahí que casi todas las Cofradías, cuando viven con autenticidad lo que procesionan por las calles, siempre son talleres de generosa solidaridad; y no solo eso, sino que también es necesario armonizar la belleza con la piedad, convirtiéndose estas Hermandades en escuelas de santidad de vida.
Siempre ha existido una estrecha relación entre la belleza y la fe, ésta se ha convertido a lo largo de la milenaria historia de la cultura occidental en un camino, no solo para contemplar la realidad bella, sino también para plasmarla. No hay más que visitar los grandes museos para darnos cuenta de la ingente cantidad de obras de arte inspiradas por los misterios salvadores del cristianismo.
Sabemos bien que no es fácil alcanzar la belleza si no existe fe en ese Dios Padre de Nuestro Señor Jesucristo, auténtico creador de la verdadera y eterna belleza, por eso es muy importante no convertir nuestras procesiones en simples desfiles, similares a aquellos que recorren las rúas de nuestras villas y ciudades en días previos al comienzo de la Cuaresma.
Solo la auténtica belleza impresiona y fascina el corazón del hombre, porque se convierte en una terapia que restaura el corazón herido y, si se cuida, es camino de conversión que abre el ser del hombre a algo fascinante, diferente, distinto y misterioso que lo proyecta hacia aquello que está por llegar y es causa de plenitud. La belleza así entendida se convierte en un camino de esperanza para el hombre porque le lanza más allá de las fronteras de su propio ser, tantas veces roto por los problemas y las dificultades del vivir cotidiano, dándole una perspectiva nueva en su existencia. Sin embargo, es necesario tener en cuenta que el cristianismo es más que un puro sentimiento transitorio, o una manifestación estética, o una reacción externa a una serie de costumbres aprendidas desde la infancia.
El cristianismo es vida y, por consiguiente, no se puede aherrojar en un espacio y en un tiempo determinado – no se puede en cerrar en las sacristías- al igual que no se pueden robar las ansias de libertad y la sed de amor que posee el corazón humano aunque se le pretenda encarcelar o prohibir sus manifestaciones. La vida supera todos los esquemas, rompe cualquier tipo de formulismos, por eso el Cristianismo es cuestión de fidelidad, de entrega, de tolerancia, de amor, de heroísmo, de martirio. El cristianismo es vida y por eso también encuentra su lugar de expresión en las plazas y calles de nuestras villas y ciudades en donde discurren las actividades ordinarias de sus ciudadanos.
Hoy, este Dios con nosotros que asumió nuestra humanidad, que se nos hizo presente a través del rostro de Jesús, para muchos de nuestros conciudadanos, en el silencio de su corazón, en donde se encierra todo el misterio fecundo de su vida, se puede hacer presente a través de las imágenes de cristos y dolorosas que procesionarán por nuestras calles!
Entre mis recuerdos de adolescente quedó grabado aquel encuentro que tuve con aquella venerable imagen del Santísimo Cristo de los Navegantes – creo que era un Miércoles Santo- ¡Cuántas veces delante de la imagen del Santo Cristo de la catedral ourensana se hacen vivos aquellos recuerdos de mi juventud y de esta ciudad!, puede existir algún corazón, por duro o insensible que sea, que no se estremezca ante la mirada del Señor de los Navegantes ¡Cuántas plegarias! ¡Cuántas lagrimas contenidas! ¡Cuánta fe, sencilla y pobre, pequeña y humilde queda recogida en esas miradas de tantos hombres y mujeres, niños y ancianos ante el paso de esta antiquísima imagen, cuya historia nos lleva a las entrañas mismas del Ferrol marinero que todos recordamos y hemos vivido.
Con qué ilusión se preparaba la procesión de aquel Sábado Santo. Aquellos muchachos, cuando se realizaban los cultos del Triduo Pascual, en el atardecer del Jueves Santo, participaban y cantaban en la Misa en la Cena del Señor y después velaban por turnos al Santísimo en el monumento ¡cuántos momentos de gracia! Y, cuántas veces, los llamados agentes de pastoral desaprovechamos tantas ocasiones de gracia y no hemos sabido ayudar a los jóvenes a encontrarse con Jesucristo, a través de los sacramentos, es decir, a encontrase con la gracia del Señor Resucitado. En algunos lugares de nuestra España, al igual que aquí, en torno a las hermandades y cofradías se encuentra mucha gente joven que busca algo más de lo que se le ofrece cotidianamente, de ahí que es necesario apoyar y encauzar esos ámbitos de apostolado laical y convertirlos en lo que deben ser: espacios de evangelización. Los resultados de la apuesta por estos areópagos especiales no se hicieron esperar y de entre los cofrades jóvenes han surgido vocaciones al ministerio sacerdotal, a la vida religiosa, misionera y monástica, porque Dios sigue llamando, solo espera que el corazón de los niños y de los jóvenes encuentren el marco adecuado que le deje sentir esa llamada y, en ocasiones, las cofradías y hermandades son ese humus vocacional que no debemos descuidar.
La tarde del Viernes Santo se centraba en esta concatedral de San Julián. Finalizada la Liturgia de la Cruz salía la procesión del Santo Entierro; eran momentos de emoción contenida. Todavía hoy, a pesar del paso de los años, me parece percibir en medio del silencio el sonido acompasado que producían aquellas horquillas que llevaban los cofrades. Algo faltaba a las procesiones ferrolanas para ser expresión plásticade los misterios de la Redención, porque después de aquella sobria procesión de la Caridad y del Silencio, que se acercaba hasta aquel Hospital de Caridad, concluían sus manifestaciones.
Sin embargo, he podido comprobar que los organizadores tuvieron la feliz idea de recuperar la procesión de la Resurrección en la mañana del Domingo de Pascua, Día Santo por excelencia en la vida del cristiano, prolongación del mismo es nuestra celebración gozosa del domingo, el Día del Señor. Mis queridos amigas y amigos, podría continuar con la expresión de mis sentimientos, pero ha llegado el momento de concluir.
Que todo lo que vivís con ilusión y celebráis con pasión os ayude a convertiros en esos discípulos misioneros que la Iglesia y el mundo de hoy necesitan.